No suelo permitirme sentir miedo pero he dejado que juegue conmigo un tiempo, en los momentos de soledad, de pensar, de limpiar, de dar vueltas.
Y es que, el viernes al llegar a casa, sentí esa soledad al ver que no estabas. Según pasaban las horas, y realiza cualquier tipo de actividad, que normalmente compartimos: cenar, ver series, ver a Judith, dormir, despertar... El tiempo se ralentizaba.
La rayos caían por el norte del Moncayo, la noche llegaba. La gente paseaba, los coches llegaban tarde a sus casas, y la noche se cernía completamente. Poco a poco el sol volvía a brillar. Los pajaritos trisaban la mañana y se alcanzaba ver los primeros rayos del sol.
Quiero despertarme, y ver estos rayos de sol. Voltearme para rascar unos minutos más en la cama y verte.
Con este brillo del sol, recuerdo los momentos tumbados en el parque, las pequeñas caricias del viento, o esa lluvia a cuentagotas que nos pilla pero no nos hace ir más deprisa. Los momentos de música, de baile. Las conversaciones llenas de amor, coraje, sabiduría y ética. Enseñándome a ser mejor, a amar profundamente, a vivir feliz.
Alimentando ese fuego que arde en mi corazón. Esa vehemencia que recorre mi cuerpo cuando me besas.
Eres mi paz, mi lluvia, mi alegría, mi amor, todo.
Te amo más de lo que las palabras pueden expresar. Solo aquel o aquella, que se fije en mi mirada en cada momento, a tú lado podrá comprender el amor que siento.
Te quiero, M.
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